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La otra Hipatia

    No se trata aquí de romper lanzas por nada ni por nadie; no se viene a procurar defensas o dogmatismos más o menos interiorizados, pero a veces resulta incluso higiénico para la reflexión humana, para la inteligencia de los hombres, para recato de cualquier sociedad, el procurar con toda convicción y con toda la fuera posible, asentar la verdad sobre la mentira, la realidad sobre la ficción, lo exacto frente a la manipulación en este caso, de la historia. Ocurre que ahora mismo, un cineasta de intención oscura, por no decir insidiosa, nos presenta su última obra sobre Hipatia, la dama clásica de los tiempos de César, y una de las mujeres más influyentes del Egipto pos romano.

    Montada sobre una continua falacia, sobre una falsa imagen y; vida del; oráculo de Alejandría, y no solamente porque de entrada falseara su edad, haciendo creer al personal que tan famosa mujer, madura representante de una belleza mediterránea contaba con una plena juventud cuando, la verdad, es que a su muerte tenía ya los sesenta años; y tampoco porque la acción vital de la película transcurriera alrededor de los 400 años después de Cristo,  o tampoco y ya en el colmo de los despro- pósitos, que Hispatia, fuera maltratada, perseguida y torturada por ninguna secta

cristiana en tiempos de Cirilo, dicho todo esto con un insano afán de arremeter contra la realidad de un cristianismo ajeno por completo a cualquier tipo de persecución. Naturalmente los cristianos tampoco incendiaron la famosa biblioteca de Alejandría, que fue en tiempos del Cesar y no habían libros sino papiros. La muerte de Hipatia, como dice la historia,  fue a causa de envidias, poder, conspi- raciones políticas y sociales.

    Hipatia, la dama alejandrina, además de no despertar, en tiempos que narra el film, ninguna pasión erótica por la simple razón de sus sesenta años de edad, no podía coincidir con la época que describe el provocativo director Amenabar, de quien no sabemos si buscaba una obra de cine, o una ocasión para cuestionar por supuesto negativamente a la Iglesia, a sus ministros o a sus seguidores aunque sean de estos años actuales. Lo que parece claro es que el autor de la Hipatía cinematográfica no corres- ponde ni de lejos a la pura historia, descu- briéndose entonces, al socaire de una puesta en escena evidentemente profe- sional, otra de las mentiras edulcoradas en secuencias llamativas sobre algún personaje histórico. Amenabar quería buscan una ocasión para una nueva condena a la Iglesia Católica, pero a tenor de lo conocido, la

película y el propio director- que no decimos que no posea alguna virtud en este campo-, no ha conseguido su propósito ante la burda realización de su cinta. Claro que esto le pasa por partir de prejuicios fácilmente desmontables, y es que la historia, y desde luego la historia de la Iglesia, resiste con naturalidad y convicción cualquier grosero ataque a la verdad.

    No es de extrañar así que una gran mayoría de expertos en cristianismo, historiadores, profesores, hayan llegado a la conclusión, triste para este cineasta torpemente iconoclasta, que su película no responde sino a una preparada idea de confundir y manipular a una mujer y a una biografía que es, al final, absurda y completamente mixtificada. Hipatia, seguramente, desde las virtudes que le asignaba este director de cine, sería la primera en protestar por tan falsa memoria. ¡Amenabar, qué decepción, según cuentan!

Eduardo Lopez

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